Pero esta demanda —que es puramente normativa— converge con una reflexión estratégica. En contravía del bombardeo de varios medios electrónicos, el proceso de paz ha tenido en los últimos meses varios avances muy reales. Estos no han recibido cubrimiento alguno, entre otras cosas porque muchos periodistas parecen entusiasmados sólo con sus horrores, inestabilidades y sobresaltos. Y, si finalmente las partes se acercan, entonces reciben ataques también por eso. Gobierno y Farc son presentados así como sospechosos cuando logran acuerdos —porque concilian y entregan—, pero también cuando se enfrentan —porque se sabía que la cosa iba a fracasar desde el principio, etc.—. Palo porque bogas, palo porque no bogas. Un cubrimiento semejante —mezquino y a la vez inconsistente— mina sistemáticamente las posibilidades de paz en el país. Si el lector quisiera, empero, evaluar el camino recorrido, bastaría con que comparara las declaraciones de Iván Márquez durante la instalación de la mesa, en Oslo, y las que emitió al cierre de la primera tanda, en La Habana. De hecho, revisando las columnas y declaraciones que se produjeron durante el comienzo del proceso, veo que una de las principales expectativas era que las Farc lanzaran una ofensiva terrorista, para mejorar su posición dentro de él. Eso ya no pasó. Aquí la noticia es, como en el famoso cuento El perro de Baskerville, de Sherlock Holmes, que el perro no ladró. Pero, contrariamente al famoso detective, los formadores de opinión se esforzaron desesperadamente por no oír ese silencio clamoroso.
Hay, naturalmente, un sector político, acurrucado a los pies de la figura del expresidente Uribe, cuya actitud frente al proceso es básicamente la de un carroñero: están esperando a que el animal se muera para salir a alimentarse de él. Qué diferencia con la actitud frente a las negociaciones —ese sí marcado por complicidades del tamaño de una catedral y asesinatos en masa— del 2003. Claro, es que ese otro acuerdo se hacía con el vecino, con el amigo, con el compadre, como declarara tan cándidamente alguna vez un —muy activo— líder gremial. Pero precisamente por la posición y el peso de esas fuerzas es que mantener a estos policías en cautiverio es una fiesta para ellas. Las Farc demostraron tener agilidad política al anunciar a fines del año pasado una tregua unilateral. Pues aquí enfrentan una prueba de fuego: ¿serán capaces de tener en cuenta no sólo demandas elementales de decencia, sino también consideraciones estratégicas más o menos obvias?
En fin. Si en algo coincide la literatura académica sobre el tema, es que todo proceso de paz pasa por turbulencias, inestabilidades y enfrentamientos. Los que han tenido éxito en el mundo han tenido que capotear tormentas mucho más graves. Estas cosas no son, ni pueden ser, idílicas. Así que mi simple respuesta a la pregunta que presenté en el título de esta columna es: sí, claro que sí.
Cosquilleo estrato 6. Permítanme cambiar de tercio. Ha pasado una semana más, y los bancos les siguen tumbando sus intereses a los pobres que depositan su dinero allí. A menos que alguien demuestre que el representante Barguil está equivocado —y que el reconocimiento del hecho por parte de la presidenta de la Asobancaria fue un error—, estamos frente a un típico caso de cosquilleo. ¿Qué dice el superintendente bancario? ¿Por qué tolera esto? ¿Qué dice el Gobierno? Este es un serio problema de política pública. ¿Cómo se justifican los cosquilleantes frente a los cosquilleados?
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