Para enfrentar los desafíos que tienen por delante, los cafeteros deben buscar puntos de unión con el Gobierno, que es su mejor socio, antes que apoyarse en aliados de ocasión.
Cuando Juan Manuel Santos resultó elegido Presidente de la República, la noticia cayó bien en el gremio cafetero. A fin de cuentas, era la primera vez en décadas que alguien tan cercano al cultivo del grano llegaba a la Casa de Nariño.
Y es que la carrera profesional del Primer Mandatario comenzó en la Organización Internacional del Café, en Londres, un vínculo que no hizo más que fortalecerse en los años siguientes. Ya fuera como periodista o como ministro de Comercio o de Hacienda, defendió una actividad que hoy les da sustento a medio millón de familias colombianas y gracias a la cual amplias zonas del país pudieron gozar de obras de infraestructura, como vías, puentes y acueductos, gestionados por la federación del ramo.
Ese respaldo ha sido notorio en lo que va de este Gobierno. Desde el primer día, Santos renovó su compromiso con los cultivadores del grano, algo que se ha notado con un entusiasta apoyo al programa de renovación de siembras, al igual que con la entrega de ayudas por más de un billón de pesos. Estas se hicieron más intensas una vez los precios internacionales comenzaron una carrera descendente, que hoy los tiene por encima de 1,4 dólares por libra.
Ante dicha realidad, resulta cuando menos irónico el fuerte paro emprendido por los cafeteros, el cual se ha extendido a más de una decena de departamentos. Todo indica que ni los respaldos dados inicialmente y esta semana, ni las promesas hechas sobre futuros apoyos bastan. En respuesta, los organizadores del movimiento piden subsidios que serían insostenibles para el presupuesto nacional.
Lo anterior no quiere decir que no estemos ante un problema de ingresos, tanto por la caída del precio interno como por el tamaño de las últimas cosechas, afectadas, a su vez, por las temporadas invernales. Pero, aun así, es lamentable que en la búsqueda de una solución se haya optado por las vías de hecho antes que por las del diálogo. Ante tal panorama, es inevitable la pregunta por los móviles de varios dirigentes políticos que, al parecer, desean tomar ventaja de una situación compleja, con lo que demuestran un súbito interés por los problemas del sector. Así, los ánimos se han ido caldeando al punto de que, en estos dos últimos días, el país ha sido testigo de episodios violentos absolutamente innecesarios, en los que no han faltado excesos de parte y parte.
Es urgente a estas alturas neutralizar el riesgo de que se desdibuje una causa que merece un análisis juicioso de sus reivindicaciones, tanto como una búsqueda conjunta de soluciones. Para eso, quienes hoy portan las banderas de la causa cafetera deben examinar con lupa las nuevas adhesiones, sean individuales o gremiales.
Lo que menos necesita el debate ahora son las distorsiones y las exigencias desmedidas que surgen cuando se torna borroso el objetivo original. Esto ocurre cuando se cae en la tentación de aceptar el respaldo de quienes ven en conflictos así una tentadora plataforma personal, escenario que no le sirve a un gremio como el cafetero que, al contrario, siempre se ha destacado por su espíritu cooperativo y solidario, factor de unión que trascendió a la industria y alcanzó al país entero.
La crisis es real. Por eso, es necesario que las partes se sienten a la mesa. Y aquí el llamado es a los dirigentes de la movilización que se han mostrado renuentes al diálogo. Desde diversos sectores se pide retomar las conversaciones, solicitud razonable que debe atenderse. Ante la difícil coyuntura que enfrentan, los caficultores deben saber que es mejor trabajar de la mano con el Estado que recurrir a inciertos aliados de ocasión.
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