El presidente Santos no solo buscó apoyo internacional al proceso de paz en La Habana, sino que les advirtió a las Farc que el reloj comienza a correr en su contra.
En un momento definitivo para los diálogos con las Farc en La Habana, el presidente Juan Manuel Santos se dirigió ayer al pleno de las Naciones Unidas, donde pronunció un discurso concreto, que apuntó a dos direcciones. Por un lado, buena parte de la intervención fue una exposición de argumentos con los que buscó consolidar el apoyo de la comunidad internacional al proceso, precisamente cuando la sombra de la Corte Penal Internacional se ha posado sobre este, dando pie a inquietantes dudas respecto a la viabilidad de los acuerdos sobre la situación jurídica de quienes han cometido delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra. La de Santos fue una petición para que sea respetado el derecho de este país a buscar la paz.
Al mencionar en repetidas ocasiones el caso de María Zabala, víctima de los paramilitares y hoy valiente líder de otras que han vivido dramas similares al suyo, quiso enviar un mensaje contundente respecto a que los derechos y, sobre todo, la dignidad de las víctimas son un asunto de máxima prioridad para el Gobierno. Puesto de otra forma, dio un parte de tranquilidad en el sentido de que no se firmará la paz a cualquier costo, menos a expensas de los derechos de quienes más han padecido los horrores de la guerra.
Así, reiteró Santos que “no se trata entonces de sacrificar la justicia para lograr la paz, sino de cómo lograr la paz con un máximo de justicia”. Es decir, que el costo de un eventual acuerdo no será en ningún momento en términos de verdad, sino de castigo, dado que se marchará por la senda de la justicia transicional, la misma que expertos han descrito como una “justicia imperfecta” para tiempos imperfectos. Oportunamente, el Presidente dejó claro que no habrá impunidad para responsables de delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra cometidos de manera sistemática.
Tras referirse a lo anterior, y en un intento por darle al esfuerzo de paz del Gobierno una trascendencia más allá de las fronteras, el mandatario dedicó varias líneas al narcotráfico y a cómo la firma de un acuerdo bien puede ser la piedra angular de una nueva forma de afrontar este problema, que permita reducir su impacto global no solo en la sociedad, sino también en el medioambiente.
Pero, así como su intervención buscó cosechar y renovar apoyos en el supuesto de que esta historia tendrá final feliz, también incluyó un mensaje que no pocos observadores han leído en clave de ultimátum a las Farc, con líderes de todo el planeta como testigos. “Ya llevamos un año de conversaciones y hemos logrado acuerdos en tan solo uno de los seis puntos de la agenda. Yo sigo optimista, pero la paciencia del pueblo colombiano no es infinita”, afirmó Santos, para luego plantearle la disyuntiva a la guerrilla de una “paz honorable y duradera” o, de lo contrario, reincidir en la guerra y así “condenar a nuestra nación a muchos más años de sangre y de dolor”.
De lo anterior se puede inferir que, a estas alturas del partido, su desenlace se está jugando más en La Habana que en Nueva York o en La Haya. Por eso, más importante que el respaldo conseguido para las herramientas jurídicas, cuya legitimidad, por cierto, no le corresponde a la ONU avalar, fue el recordatorio a las Farc de que el reloj comienza a correr en su contra.
Que la advertencia haya sido lanzada en este escenario debe lograr que más ojos se posen sobre el proceso. Que esta organización sepa que una eventual ruptura de la negociación tendría para ella un costo muy alto ante Colombia y el mundo.
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