Los dos testimonios que dio a conocer EL TIEMPO el fin de semana, uno de un profesor violado por un par de guerrilleros y el otro de un muchacho que no ha podido vivir en paz desde que un paramilitar hizo lo propio con él, son la prueba de que, por culpa del machismo perverso que continúa aquejando al país, de los tabúes que no cesan y de los comprensibles miedos de las víctimas (que piensan, entre muchas otras cosas, que la violación es una pesadilla que solo pueden confesar las mujeres y que serán estigmatizados si cuentan su dolor), los hombres objeto de este delito siguen siendo invisibles para la sociedad colombiana y de que estamos lejos de saber las verdaderas dimensiones de la tragedia.
Según las cifras de la Unidad de Víctimas, se conocen, por el momento, 650 casos de violencia sexual contra los hombres, pero se presume que –como sucede cuando se dan las cifras de las mujeres objeto de abuso– sean más. Y es que en el conflicto armado, donde la violencia contra ellas ha sido brutal y constante en estos años, tiende a olvidarse que los hombres también han sido víctimas, quizás porque usualmente son los victimarios. Ellos mismos, en un país en donde tantos aún se atreven a decir “seguro se lo buscaron” cuando se enteran de que una mujer fue objeto de abuso, han preferido guardarse para sí su trauma. Muchos han preferido el suicidio.
Noticias como estas son las que en tiempos de incertidumbre y de señales equívocas deben recordarle a la opinión la importancia de terminar el conflicto armado por la espinosa vía del diálogo. Como van las cosas, cada día de guerra que pase estarán en juego la vida, la honra, la paz de algún colombiano. Y, ya que se trata de rodear y de dignificar a las víctimas, es más y más importante que la sociedad se entere de los extremos a los que han llegado los armados ilegales para demostrar su poder.
Tal como dice una de las valientes personas que dieron su testimonio, las víctimas no son seres que esperan limosnas, sino hombres y mujeres que, para recobrar la paz, necesitan que les sea reconocido su dolor. Es hora de que tanto la guerrilla como el paramilitarismo acepten en voz alta y frente a un país al que le cuesta tanto creerles que cometieron atroces actos de violencia sexual en su empeño de someter a las poblaciones que se encontraban a su paso.
Tiene que dolernos a todos que cientos de miles de colombianos estén cargando semejante trauma en este preciso momento, con la sensación de que no tienen a nadie a quién relatárselo.
Documentar la violencia sexual contra los hombres en la guerra es una tarea nada fácil, pero es el camino, si se busca acabar con los tabúes y rechazar los estigmas, para que cada día, por sobre todas las cosas, sea más difícil que el horror se repita.
www.eltiempo.com/opinion/editorial/editorial-de-los-hombres-violados-editorial-el-tiempo-/14510516