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Para mañana fue convocada una multitudinaria marcha que busca apoyar el proceso de paz entre Gobierno y guerrilla.

Planeada en febrero por el alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, y la exsenadora Piedad Córdoba, se convierte en un símbolo, útil si se quiere, para medirle el aceite a la legitimidad que tiene el proceso que se negocia en estos momentos, herméticamente, en La Habana. Será un indicador de cuánta tolerancia hay frente a este intento por acabar la guerra mediante el diálogo, una salida que desde siempre hemos apoyado.

Deberíamos, incluso, oír lo que tienen por decir las personas que van a venir a Bogotá. Aquellas que conforman, por ejemplo, el movimiento de Marcha Patriótica o el Congreso de los Pueblos o Poder Ciudadano, casi invisibles para la opinión pública, pero que seguro podrán aportar puntos de vista que, finalmente, no son los de la mayoría. Aunque son necesarios. Construir de esta manera los discursos es mucho más provechoso que censurarlos, obviarlos o tener argumentos prejuiciosos y condenatorios: en un proceso de paz de este estilo es mejor no tildar a nadie de nada, no redundar en la violencia verbal, no crear un ambiente de hostilidad intolerante.

Por eso, pues, bienvenida la marcha. Ojalá las calles se llenen. Hay que celebrar, además, el hecho nada invisible de que el presidente, Juan Manuel Santos, salga a caminar junto con Gustavo Petro. Justamente porque son antagonistas políticos en la mayoría de los escenarios, salen en esta ocasión a demostrar que, pese a eso, pueden alzar su voz por un objetivo común. Y el objetivo es grande y loable: la paz, a secas. O, por lo menos, el final de un conflicto que durante cinco décadas ha derramado la sangre de colombianos de lado y lado y de civiles inocentes.

Suena todo positivo. Sin embargo, y como a la vieja usanza de las marchas que en este país se hacen, es muy probable que esta se polarice. Ojalá no. Por un lado, hay que recordar que el evento tiene un solo propósito: apoyar el proceso de paz. No se trata, entonces, de salir a marchar a favor o en contra de políticos, de causas distintas o de colores de algún partido. Eso dice (ha dicho, por lo menos) mucho de la desunión de criterios que existe acá. De lo fácil que es dividir a un puñado de personas. De lo vulnerables que somos en nuestras posiciones.

Por el otro lado, hacer caso omiso de quienes se han negado a participar, cada uno por sus razones —que tienen el derecho—: el expresidente Álvaro Uribe, quien hace un llamado a no salir a marchar, o el Polo Democrático, que se niega a apoyar el evento como una muestra de su “oposición” al gobierno de turno.

Esta marcha, entonces, no es de nadie en particular. No es para exaltar los egos de un político ni tampoco para pisotear su imagen. No debe ser vista como el impulso del nombre de alguien o como una “apología del terrorismo”, como machaconamente nos la quieren vender algunos. Se trata del respaldo a una iniciativa que puede ahorrarnos muchos dolores de cabeza. A las calles, entonces. Entender las manifestaciones libres de los personalismos típicos de este país puede llevarnos a construir una sociedad más civilizada. Y más consciente. Ojalá sí.

www.elespectador.com/opinion/editorial/articulo-414578-calles

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