La discusión y aprobación de la norma sobre ampliación del fuero militar ha levantado polvareda. Sin entrar a discutir si se les fue o no la mano a los legisladores, conviene recordar aspectos relacionados con las ideologías, que se destacan en el ambiente castrense.
Toda institución militar surgida del desarrollo del Estado liberal moderno es conservadora, debido a su función de salvaguarda de la soberanía nacional. Pero en el país este factor se acrecentó por la incapacidad del Estado de monopolizar el uso de la fuerza, en particular, en las últimas décadas. Y más aún en el gobierno anterior, dado el estímulo oficial a la polarización política de la opinión pública. Uno de sus baluartes es la Fuerza Pública.
La negación de la existencia del conflicto armado interno por parte de ese gobierno y la equiparación de la subversión con bandidos, terroristas y narcotraficantes fue su corolario, apoyado en la degradación de las guerrillas. Este hecho, además del veloz crecimiento del pie de fuerza y la presión presidencial por resultados medidos en bajas enemigas, representó, entre otros, factores que alimentaron desmadres militares.
Según afirmación de sectores castrenses y figuras públicas que los apoyan, la desmoralización de las tropas, por causa de castigos injustos motivados por el desconocimiento que tienen los jueces de los vericuetos operativos, ha dificultado el ‘fin del fin’ del conflicto. Esto se agravó —agregan— con la desprotección de las tropas a causa de la desaparición de la justicia penal militar. Allí comenzó la lucha castrense por recuperar lo que supuestamente se perdió.
Además, hacen énfasis en lo que llaman ‘la guerra jurídica’, que indica la supuesta animadversión de la justicia ordinaria y otros sectores con los militares. Quienes dictan fallos que rechazan los militares son tachados de tener sesgos izquierdistas, y hasta de ser simpatizantes del terrorismo. Tales calificativos se agregan ahora a quienes expresan que la extensión del fuero militar alteró el equilibrio democrático de la justicia.
Esas afirmaciones sobreideologizadas desconocen que en todo juicio existen dos partes, generalmente antagónicas, y que los jueces deciden de acuerdo con criterios sustentados en el proceso. Ello no impide, por supuesto, que en toda forma de justicia se tomen decisiones que son cuestionables.
No se trata de desconocer el componente ideológico de cualquier expresión humana, sino de entender que los extremos tienden a obnubilar la mente, al punto de ignorar sesgos propios, achacándolos sólo a la contraparte. Se llega, incluso, a perder el sentido de las proporciones al abandonar el ingrediente ideológico de la ética.
Estos problemas sobresalen en colectividades sustentadas por ideologías, como son las religiones. Pero se presentan también en otras agrupaciones, como las militares. En ellas, el ‘espíritu de cuerpo’ forma parte de su esencia. Este componente cohesionador —útil en situaciones críticas de combate en las que se requieren acciones inmediatas no premeditadas— llega a ser perjudicial fuera del fragor de la lucha, en especial cuando se rige por ideologías extremas que conducen a sectarismos.
* Francisco Leal Buitrago
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