Jacqueline Sepúlveda apareció asesinada en un potrero del barrio El Jazmín.
Sus zapatos rosados y blancos, los que no se quería quitar para nada, los que ella decía que la hacían sentir como una princesa, fue lo único que quedó reconocible de Karen Jacqueline Sepúlveda Peñaranda, una niña de 13 años, que apareció asesinada en un potrero del barrio El Jazmín, en la localidad de Kennedy.
Ella engrosó la lista de 16 niños desaparecidos que se reportaron entre el año 2012 y 2013; ella fue un número más de la estadística de crímenes que pasaron fugazmente por los medios de comunicación. Al otro día, otras noticias habían dejado en el olvido su crimen, su rostro, sus sueños…
Karen Jacqueline salió de su casa a comprar un dulce con 1.000 pesos en el bolsillo y desapareció sin dejar el más mínimo rastro.
Su vida trascurría en un hogar en el que habitaban ella, su mamá, sus tres hermanos, su cuñado y sus sobrinos. Todos compartían una humilde casa del barrio La Rivera en la localidad de Bosa, de la que colgaban prendas de vestir y se colaba el agua en épocas de lluvia.
Alexander Gallego, su cuñado, contó que en los días en los que desapareció la niña, no había entrado al colegio y que el último año que había cursado era el primer grado de primaria. “Estudiaba a dos cuadras de la casa. La última vez que la vimos fue un martes 29 de enero”, contó.
Los recuerdos eran vagos. Beatriz Peñaranda, su madre y la de 9 hijos más, una mujer de rostro cansado y pocas palabras, narró que estaban viendo en la televisión un programa llamado Tu Voz Stereo cuando decidió darle 1.000 pesos a su hija para que se comprara algo en la tienda. “Nunca más la volví al ver”, dijo.
Contó que a la pequeña Karen no le gustaba la calle y que no desconfiaba de nadie del barrio porque a lo sumo cruzaba palabras a través de la ventana con una niña vecina. “A ella no le gustaba meterse en la casa de nadie. Por eso el CTI está investigando”, contó.
Luego de su desaparición vino la búsqueda incansable en las noches y pidiendo información en los CAI del sector. “Nadie nos dio una sola pista”, contó Beatriz.
Seis días después, el domingo 3 de febrero, un hombre que consumía droga en un potrero cercano al hogar de Karen vio algo extraño.
Kevin Antonio Sepúlveda, el hermano menor de la niña, se acercó al potrero alertado por los chismes del hallazgo. Cuando la vio se desmayó. Pudo reconocer sus zapatos y las manillas de la niña porque el resto ya estaba descompuesto. “El cuerpo tenía desmembramiento por los animales”, contó Gallego.
Mientras transcurrió la búsqueda, a esta familia le habían informado sobre más de tres niñas desaparecidas en el sector y sobre la violación de otras dos. Con ese preludio de desgracias no se podía esperar otro desenlace.
De la pequeña Karen quedó el recuerdo de una niña que todavía jugaba con los niños de la casa a hacer casitas con sabanas para simular una tiendita y una foto borrosa de los últimos días en los que la niña sonrió.
Hoy, más de diez meses después de este terrible crimen, no hay avances en la investigación. No se sabe quién cometió semejante acto de violencia y con tanta sevicia. “Eso quiere decir que todavía hay un psicópata suelto”, decía la familia de la niña después de la tragedia.
En las actas del CTI solo dice que el 3 de febrero de 2013, a las 5 de la tarde, se encontró el cuerpo de una niña con múltiples heridas de arma blanca, 10 en el tórax y otras en el abdomen, en el tronco y en la espalda, que tenía quemaduras, desprendimiento de las extremidades y signos de un posible abuso sexual.
Hace menos de dos meses, otra menor de edad, 17 años, que había sido reportada como desaparecida los primeros días de septiembre, fue encontrada en la vereda Chiguaza de Usme. Su cuerpo estaba en estado de descomposición; se presumía que había muerto diez días atrás. Otra muerte violenta aún sin resolver.
CAROL MALAVER
REDACCIÓN BOGOTÁ
