Una sociedad no puede ceder a las amenazas de los que con la violencia pretenden someterla.
Las redes sociales, ese todavía inexplorado mundo que cada vez empodera más a las personas del común como protagonistas en la cadena de la comunicación, se vieron inundadas en los últimos días con mensajes apócrifos que supuestamente advertían sobre la inminencia de atentados terroristas en varias ciudades del país.
Incluso, como con razón lo ha reclamado el Gobierno, sectores políticos –desconociendo la responsabilidad que su condición de liderazgo les otorga– sirvieron de caja de resonancia para esos mensajes, en medio de un absurdo cálculo que los lleva a pensar que hacerle juego al miedo es válido si con ello se consigue golpear la imagen del contradictor de turno.
Se trató, afortunadamente, de falsas alarmas que, sin embargo, les llegaron a miles de colombianos y detrás de las cuales hay perversas intenciones. Bien de los mismos terroristas que lo que siempre han buscado es magnificar el impacto de sus cobardes atentados, de los pescadores en río revuelto o de ociosos, que los hay, que no miden las consecuencias de acciones que en el Código Penal están tipificadas como pánico.
Una sociedad –más una como la colombiana, que no se dejó doblegar por el narcoterrorismo– no puede ceder a las amenazas de los que con la violencia pretenden someterla y acuden al expediente fácil del terrorismo para ello. De allí la importancia de no dar un valor que no tienen a esos mensajes, que no resisten el examen de la lógica y que ya en el pasado han sido expuestos como falaces e irresponsables. Aquí el llamado a los ciudadanos es a “reflexionar antes de reenviar” y, sobre todo, a recurrir a las fuentes de información de las autoridades –presentes y activas en las redes– antes de compartir un contenido de dudoso origen.
Bueno sería que las autoridades lograran dar con los que intentan asustar aprovechando la masiva penetración de las redes sociales. Pero lo realmente importante, y esto depende de los ciudadanos, es no darles alas a los intereses oscuros que le apuestan a imponer con el miedo las ideas que no han logrado imponer con argumentos.