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El camino sigue aún muy largo en materia de violencias, de justicia, de reparación, de representación, de inclusión y de reconocimiento.

Yo sé. Todos los años, durante este mes de marzo, vuelvo con lo mismo. Y si vuelvo con lo mismo es porque las cosas no van tan bien y les aseguro que la equidad no es para mañana, a pesar de que una encuesta permite afirmar que el país lidera el escalafón de naciones que creen que el mundo sería mejor con más mujeres en política; sí, fácil decirlo cuando Colombia está desde hace un tiempo en la cola de América Latina en participación política de las mujeres. Sin embargo, a la hora en que escribo esta columna, todavía no hay cifras definitivas de mujeres con una curul en estas últimas elecciones. No obstante, parece que seremos un poco más en el Congreso (¿21 por ciento?), aun cuando todavía lejos de un umbral capaz de construir equidad y cerrar brechas, que, según investigaciones, se sitúa mínimamente en un 30 por ciento.

Ahora me dirán que estas cifras son normales si pensamos que desde hace apenas unos 200 años las mujeres reclaman derechos en el mundo, y en Colombia, si mucho, hace unas siete décadas –las sufragistas iniciaron sus luchas por el voto alrededor de los años 30 y este año festejaremos los 60 años del voto femenino–. Y, sin embargo, no podemos olvidar a tantas mujeres valientes y decididas, poco conocidas y menos reconocidas, que fueron las que abrieron el camino de nuestra liberación. Y me gusta volver a nombrarlas porque son nuestra memoria, a pesar de que ellas no conocían la palabra equidad y de que sus luchas se situaban más en el capítulo del reconocimiento, tratando de darle un sentido a su diario vivir, es decir, a su existencia.

Me gusta recordar a la gran Hipatia de Alejandría, a Hildegard von Bingen, a Christine de Pizan, a sor Juana Inés de la Cruz, a Olimpia de Gouge, a Betsabé Espinosa, a María Cano, a Esmeralda Arboleda, entre muchas otras que no puedo nombrar, pues los 3.000 caracteres de esta columna no me lo permiten.

Y es este el verdadero significado del 8 de marzo: hacer memoria, recordar a nuestras antepasadas, que nos permitieron hoy asumir un estatus de ciudadanas, aun cuando sea aún una ciudadanía truncada e incompleta. Y de nuevo queremos repetir que no queremos más la flor, no queremos más el tamal o los mariachis para festejar este mes. Queremos historia, queremos memoria, queremos reconocimiento, queremos recordar y entender por qué es tan difícil aún construir equidad, es decir, construir un mundo en el cual buscamos la igualdad política con los hombres reivindicando al mismo tiempo nuestras diferencias existenciales. Comprender que igualdad y diferencia no son conceptos contradictorios o antitéticos, sino complementarios, que posibiliten un mundo incluyente y una verdadera democracia paritaria y representativa. Y sí, hemos avanzado, pero no hemos llegado. El camino sigue aún muy largo en materia de violencias, de justicia, de reparación, de representación, de inclusión y de reconocimiento.

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Aprovecho para felicitar a la Secretaria Distrital de la Mujer por haber iniciado una experiencia piloto de vagones para mujeres en el TransMilenio de Bogotá. Sé que muchos y muchas están en contra de esta medida. Sin embargo, creo que era absolutamente necesario dar una respuesta a las mujeres que viajan en este sistema de transporte y que tienen derecho a una vida libre de violencias y, en ese caso, de delitos sexuales. Esta respuesta, por supuesto, no resuelve todo, lo sabemos, pero da alguna tranquilidad temporal a una situación de violencias permanentes contra las mujeres. Y esto en el mes de marzo, un mes emblemático.

Florence Thomas

Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad

www.eltiempo.com/opinion/columnistas/florencethomas/la-equidad-para-manana-florence-thomas-columnista-el-tiempo-_13637088-4

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