Con la mitad del dinero que se derrochó en Bogotá en la construcción de las obras de la calle 26 y la carrera 10a. (210.000 millones de pesos, según la Contraloría General), los ingenieros militares hicieron en tres años y en las zonas de mayor conflicto en Colombia 18 acueductos y 24 obras de infraestructura (polideportivos, escuelas y casas), y pavimentaron 56 vías, que eran verdaderas trochas.
Desde el 2008, el año en el que empezaron a caer en operaciones de la Fuerza Pública los principales jefes de las Farc, 3.000 soldados, con un fusil en una mano y una pala en la otra, iniciaron la construcción de las obras, en las que ejecutaron cerca de 203.000 millones de pesos.
En uno de esos parajes, Sandra Milena Muñoz, de 10 años, patina sobre el asfalto de la transversal La Macarena, un megaproyecto que con la pavimentación de 200 kilómetros busca unir a San Juan de Arama (Meta) y Baraya (Huila).
A pleno sol, los 42 niños que integran el Club de Patinaje de Mesetas usan parte de los 11 kilómetros que los uniformados ya terminaron al borde de la serranía de La Macarena, el corazón de la guerra que por décadas se ha dado en los Llanos Orientales.
“Al principio nadie me creía, porque cómo van a patinar los niños en un lugar donde solo hay tierra”, dice Everardo Castellanos, o ‘Cañas’, como llaman a este profesor de educación física que aprovechó la pavimentación de la carretera para llevar al grupo a entrenar.
Este trayecto fue el límite en Meta de la zona de distensión pactada con las Farc en 1998. Inteligencia del Ejército dice que el sitio fue utilizado por la guerrilla para mover a decenas de secuestrados. Años más tarde, el bloque ‘Centauros’ de las Auc entró a sangre y fuego al corredor.
“Recordamos los cadáveres a lado y lado de la vía”, cuenta Yamile, la madre de otro de los niños que hoy ya no ven guerra, sino deporte.
De Nariño al Catatumbo
Así como una carretera cambió la vida de estas personas en Mesetas, los caficultores de las 103 veredas de Ataco (sur del Tolima) ven como 5 kilómetros de concreto fueron la salvación para que el grano no siguiera pudriéndose en la parte alta de las montañas del valle que forman los ríos Atá y Saldaña.
“Llegamos con un objetivo claro: realizar un eje vial para que los campesinos lograran sacar el café gourmet de Colombia, uno de los más finos del mundo”, afirma el coronel Ricardo Roque, comandante del Batallón de Constructores No. 52, que hace la vía Ataco-Planadas a través de lo que la Fuerza Pública llamó las tierras de ‘Alfonso Cano’, jefe abatido de las Farc.
Antes del proyecto, los caficultores debían bajar a lomo de mula los bultos. “Solo bajando una brecha que hicimos en 1984 demoramos 4 horas. Ahora ya entran carros, y podemos vender el café”, dice Heliberto Rodríguez, un agricultor de 78 años.
Con la misma estrategia, de entrar a zonas donde hay operaciones, los ingenieros militares ejecutan dineros del Plan de Consolidación del Gobierno. Para el 2013 y el 2014 están destinados 200.000 millones de pesos más para la realización de 54 obras.
“Nos proveemos nuestra propia seguridad, y las máquinas salen del dinero del propio proyecto”, aclara el coronel Yuber Aranguren, líder de la transversal de La Macarena.
En medio de la guerra también se construyen acueductos en Chocó, en pueblos con graves problemas de sanidad, o polideportivos en el Catatumbo, uno de los campos con más minas antipersonal en Colombia.
Y también los militares buscan cumplirles a las mujeres de Barbacoas, que cesaron su actividad sexual, en el llamado paro de las ‘piernas cruzadas’, para presionar el arreglo de la vía Junín-Barbacoas, donde los uniformados ya ejecutan, en medio de la guerra por el narcotráfico en Nariño, una obra de 40.000 millones de pesos. “Como vamos, nos van hasta a poner a tapar los huecos de la carrera 30 de Bogotá”, bromea el coronel Roque.
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