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 Habría que reconocer que las redes sociales hasta ahora no han sido un buen aliado de aquellos dirigentes que con mayor facilidad se dejan llevar por sus emociones.

La discusión que generó el contenido de la cuenta de Twitter del recién posesionado gerente de la Empresa de Energía de Bogotá y sus tuits publicados cuando ya era miembro de la junta directiva de dicha entidad ha planteado la pregunta de qué tanto han comprendido los personajes públicos, en tiempos de las redes sociales, que en sus casos particulares es todavía más cierto aquello de que todas las palabras en realidad son actos: que todo lo que ellos dicen enfrente de algún auditorio tiene necesariamente algún efecto.

Durante décadas, las reglas de juego en esta materia estuvieron bien definidas. La esfera pública estaba claramente demarcada. Pero de un tiempo para acá, desarrollos tecnológicos de enorme acogida han irrumpido para revolucionar la comunicación y sobre todo las formas de la política. El problema es que si bien acabaron con los viejos linderos, hoy no está del todo claro por dónde pasan los nuevos. Esto hace que cada vez sean más las rendijas por las que la opinión puede asomarse a la vida privada de personajes públicos que, por su parte, caen con frecuencia en la tentación del exhibicionismo, moneda de cambio común en estos espacios virtuales. Contextos en los que suelen perder vigencia las jerarquías del mundo real.

Pero ocurre que en ese ‘mundo real’ siguen vigentes los límites tradicionales. Por eso es por lo que hoy, todavía, quienes desempeñan cargos en el sector público siguen obligados, por las responsabilidades que se derivan de sus posiciones, a diferenciar sus comunicaciones oficiales de sus opiniones personales. No se puede ignorar tampoco que muchas veces sus publicaciones ponen en juego la dignidad de las instituciones de las que hacen parte.

Habría que reconocer que -pues es bien sabido que «el que mucho habla mucho yerra»- las redes sociales hasta ahora no han sido un buen aliado de aquellos dirigentes que con mayor facilidad se dejan llevar por sus emociones. Está claro que nadie se queda sin una opinión y sin una vida personal por el solo hecho de entrar a formar parte del Estado. Pero también que estas han dejado de ser una moda para convertirse en un importante medio de difusión. Falta a su dignidad, abusa de su poder e irrespeta al gobierno que represente el funcionario que revele información privilegiada o caiga en la tentación de emitir conclusiones irresponsables a partir de los hechos.

editorial@eltiempo.com.co


http://www.eltiempo.com/opinion/editoriales/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12583782.html

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