Con los relevos en el equipo, Santos no está cambiando de rumbo sino tratando de salvar el proceso de paz.
Parecería una contradicción, pero no lo es: no hay crisis ministerial pero sí hay cambios de ministros. Los relevos que se han producido en la cartera de las TIC, la llegada de Maria Ángela Holguín y Gonzalo Restrepo a La Habana, el enroque entre el mindefensa y el embajador en Washington, la renovación en el equipo de comunicaciones de Palacio, y otros nombramientos que vendrán, no implican un cambio en la estrategia política. No va a entrar ningún partido nuevo a la Unidad Nacional: ni siquiera terminará de irse el conservatismo. Ni se va a fortalecer la presencia de alguna región. No hay, en fin, alguna de esas consecuencias que se buscaban, hace tiempo, con las llamadas crisis ministeriales. (¿Será que esas tales crisis no existen y son cosa del pasado?)
Los ajustes en el gabinete, que continuarán hasta el 7 de agosto, cuando se cumple el primer año del segundo cuatrienio santista (vale decir, el quinto de la presidencia de Santos), son la sumatoria de modificaciones puntuales y relevos de ministros agotados, más que un cambio de esquema. Aunque, eso sí, tienen algún significado para el proceso de La Habana. Buscan oxígeno, en un momento en que las negociaciones han perdido confianza y en que atraviesan más dificultades en la opinión pública que en la mesa de diálogos.
Pero hay nuevos aires. Una próxima discusión, hipotética, sobre temas relacionados con la paz en el Consejo de Ministros, sería muy distinta a las de antes. No estará Pinzón criticando a las FARC, sino Villegas, que las conoce. Y también asistiría María Ángela Holguín, ahora en contacto con Iván Márquez y compañía. Y Juan Fernando Cristo, el ministro que como congresista lideró la Ley de víctimas. Y Óscar Naranjo, que conoce bien el tejemaneje de la Habana. Un equipo más alineado en favor del proceso.
Hay más rotaciones –enroques- que cambios en la nómina: cambios de funciones, más que caras nuevas. Juan Carlos Pinzón ha sido el ministro de Defensa civil que más ha durado desde cuando se resucitó esta figura en 1991. Un hecho que habla de las dificultades que tiene el cargo. Ha visto desfilar decenas de generales y más de una cúpula. Su arraigo en el estamento militar lo tenía ganado por sus profundas raíces familiares, porque había sido viceminstro y porque el discurso de autoridad y mano dura le brota sin hacer mayores esfuerzos. Pero su salida estaba cantada por cansancio suyo y por fatiga de los demás con él. Asumió con entusiasmo el discurso crítico contra “las ratas de la guerrilla”, un verbo que se volvió inconsistente con el de un gobierno que dice estar de acuerdo con abrirles a los guerrilleros de las FARC un espacio en la política legal.
La llegada de Luis Carlos Villegas tampoco es sorpresiva. Ni siquiera por el hecho de que en la embajada más importante de Colombia en el exterior se esperaría que los embajadores duraran en su cargo tres o cuatro años, que es lo que permanecen los enviados del Departamento de Estado en Bogotá. Se sabe –y se acepta aquí y allá- que Washington tiene una rotación que se explica por la dinámica de la política interna y no por la naturaleza del servicio exterior.
Villegas tiene las credenciales que normalmente se le exigen a un mindefensa: respetable carrera, peso político, cercanía con el presidente. Su experiencia internacional, como embajador y como vicecanciller, es un plus para ejercer la cartera que maneja compras en el exterior, alianzas militares y defensa de la soberanía frente a enemigos externos. El expresidente de la ANDI será, para el Gobierno, un vocero con credibilidad para vender el proceso de paz en sectores del empresariado reacios a tragarse los famosos sapos. Villlegas y Restrepo, respetados en el entorno de los negocios, no son palomas ni blandengues con la guerrilla.
Por otro lado, que Villegas haya estado en la primera fase de las negociaciones les debería dar tranquilidad a las FARC, que prefieren a alguien conocido en reemplazo de un halcón como Pinzón. Falta ver, eso sí, si Villegas –con el everfit de mindefensa- mantiene su fe en los diálogos, y si lo asume en su discurso público. Porque más de uno de los civiles que han pasado por el ministerio de la Defensa se han vuelto más duros que los uniformados para ganarse su favor. Y en el caso de Villegas, habrá que ver qué tan sensible es a los cuestionamientos que le ha hecho el uribismo por su falta de experiencia en asuntos castrenses. ¿Se pondrá duro para que le calcen los zapatos de su antecesor?
Santos no está cambiando el rumbo. De hecho, está reforzando la línea que adoptó desde la segunda vuelta electoral del 2014. La de jugarse por la paz. Los cambios, enroques y relevos, buscan oxígeno para unas negociaciones que lo requieren. Eso sí, la recuperación del optimismo sobre la paz y la mejoría de la imagen del presidente Santos son dos caras de una misma moneda. O logra las dos, o se queda sin ambas.}