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Presidente subió a escena en la obra ‘Inxilio’. Director cuenta cómo lo hizo posible.

–Presidente, debe caminar muy, muy lento sobre la alfombra roja. Son como unos 40 metros. Al final, una niña le entregará una carta.
–De acuerdo. ¿Quién me da el ritmo?
–Los bailarines. Ellos van a su lado.
–Vamos pues…
Sucedió el 9 de abril pasado en el polideportivo de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Más de 4.000 personas asistieron a la presentación de Inxilio, el sendero de lágrimas, la ceremonia creada por El Colegio del Cuerpo en homenaje a las víctimas del conflicto armado en el país.

Esta vez, la obra se presentaría para conmemorar el Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas. Medellín fue escogida como la sede de este evento por ser Antioquia el departamento que ostenta el triste honor de haberle aportado más víctimas al Registro Único Nacional: 40 por ciento de los 5’900.000 víctimas registradas provienen de esta región.

Todo estaba organizado de antemano: sería un acto de reparación simbólica mediante la danza y la música en el que participarían unas 300 personas (oficiantes): víctimas del Valle de Aburrá y de otros municipios; bailarines del Colegio del Cuerpo de Cartagena y bailarines independientes de Medellín; y la Orquesta Sinfónica de la Universidad Eafit, con la participación de la soprano estadounidense Sarah Cullins.

No esperábamos un ‘oficiante’ más. Sin embargo, el presidente Juan Manuel Santos se sumó al ritual. Descalzo, lideró el cortejo de las víctimas y acompañó el dolor de estas personas que han sufrido los estragos de la guerra. Caminó junto a sobrevivientes de masacres, mutilados por minas, víctimas de violencia sexual, indígenas y afrodescendientes expulsados de sus territorios, hijos huérfanos y madres que han perdido sus hijos. Todo el espectro de nuestro dolor hizo un recorrido lento sobre una alfombra VIP (que en esa ocasión significaba Víctimas le Importan al País), acompañado por los llantos de la escultura sonora Rodeado por lágrimas, del artista Oswaldo Maciá. Al terminar, Santos se sentó en el Círculo de la Memoria y la Palabra y oyó los testimonios de 11 víctimas que reflexionaron sobre el perdón y la reparación. Después se situó en la tribuna como un espectador más.

Sabíamos que el Presidente asistiría. Esta ceremonia iba a ser el evento central del Gobierno en la jornada de homenaje a las víctimas y su presencia estaba asegurada, junto a la de varios ministros y asesores. Pero su propuesta de participar como un oficiante nos tomó por sorpresa e, incluso, nos planteó dilemas éticos, políticos y artísticos.

Días antes –cuando estábamos en Caracas (Venezuela), con la Compañía del Cuerpo de Indias, presentando precisamente la versión de cámara de Inxilio– recibí una llamada de Bruce Mac Master, director del Departamento para la Prosperidad Social.

Me preguntó si yo estaría de acuerdo con que el Presidente marchara con las víctimas en el acto de Medellín. Le pedí unas horas para pensarlo. De inmediato sentí el peligro de que mi creación fuera ‘instrumentalizada’ con fines políticos, más allá del ámbito artístico.

Esa noche no dormí. En la madrugada, sin embargo, comprendí la magnitud y la potencia simbólica que tendría el gesto de un presidente de la República caminando como una víctima más: con ellas y por ellas. Llamé a Bruce y le dije que aceptaba con la condición (o, mejor, la contrapropuesta) de que entrara descalzo, se sentara en el ‘Círculo de la Palabra’, oyera a las víctimas y diera su propio testimonio o mensaje final, como último ‘palabrero’. Después de muchas llamadas y consultas, se confirmó que caminaría descalzo, se sentaría en el círculo, pero no hablaría. Solo escucharía.
Y así fue.

Cuando el Presidente llegó al polideportivo el día del evento, me llamaron a su camerino. Estaba acompañado por la Primera Dama, el Gobernador de Antioquia, Bruce, Paula Gaviria y otros asesores. Le expliqué, haciéndole un dibujo en una servilleta de papel, cuál sería el recorrido. Pronto estuvimos listos para empezar y lo acompañé hasta el sitio desde donde debía iniciar la marcha.

Se quitó sus zapatos en silencio. Con valentía y humildad, Santos asumió el riesgo de exponerse en un acto artístico/simbólico en un momento tan álgido como el actual y frente a un tema tan sensible como el de las víctimas. El público lo entendió así. Todos sentimos la sinceridad de este acto de contrición y de dolor compartido, así como la responsabilidad asumida que le cabe al Estado por lo ocurrido, en cabeza de su Presidente.

Muchos nos juzgarán y dirán que el arte y los artistas no deben ponerse al servicio de actos políticos como este. Arte y oposición prácticamente son sinónimos. Sin embargo, creo que todo Arte (con mayúscula) es, en esencia, político. Y que si estar en favor de la paz y de las víctimas es claudicación, bienvenidas estas concesiones. Lo declaramos abiertamente: el Colegio del Cuerpo está en la oposición: nos oponemos a la perpetuación de la guerra como nuestro estado natural; nos oponemos a cualquier forma de exclusión e injusticia; a la venganza, la violencia y la muerte como las lógicas que se han entronizado en el país.

Al final, las víctimas/oficiantes se sintieron respetadas y visibilizadas. La ruta de la reparación integral diseñada por la Unidad para las Víctimas incluye acciones simbólicas que permiten nombrar el dolor con otros lenguajes. El arte tiene ese poder catalizador: ayuda a exorcizar los demonios del olvido, la indolencia, la soledad. La participación del Presidente se tornó, de esa manera, en una poderosa señal de esperanza. Viéndolo descalzo, junto a las víctimas descalzas, recordé a doña Carmelina García, la señora que trabajaba en mi casa en Cartagena y a quien llamábamos ‘nuestra madre negra’. Un día me dijo: “Don Álvaro, ayúdeme a conseguirle un cupo a mi sobrino en El Colegio del Cuerpo. Él es un niño como los que ustedes atienden, ‘descalzos recursos’ ”.

*Director de El Colegio del Cuerpo
ÁLVARO RESTREPO
ESPECIAL PARA EL TIEMPO

http://www.eltiempo.com/politica/ARTICULO-WEB-NEW_NOTA_INTERIOR-12814877.html

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